martes, 9 de febrero de 2010

En tierra hostil




En tierra hostil
“The Hurt Locker”

Summit Entertainment
First Light Production
Kingsgate Films

2008/125 minutos/USA
http://thehurtlocker-movie.com/

Reparto: Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty, Guy Pearce, Ralph Fiennes, David Morse, Evangeline Lilly, Christian Camargo, Suhail Aldabbach, Christopher Sayegh, Nabil Koni, Sam Spruell, Sam Redford, Feisal Sadoun, Barrie Rice, Imad Dadudi, Erin Gann, Justin Campbell, Malcolm Barrett, Kristoffer Ryan Winters, J.J. Kandel, Ryan Tramont, Michael Desante, Hasan Darwish, Wasfi Amour, Nibras Quassem, Ben Thomas, Nader Tarawneh, Anas Wellman, Omar Mario, Fleming Campbell
Fotografía: Barry Ackroyd
Música: Marco Beltrami, Buck Sanders
Guión: Mark Boal
Dirección: Kathryn Bigelow


“El miedo tiene mala reputación, pero es inmerecida. El miedo pone las cosas en su sitio y lo aclara todo. El miedo nos obliga a darle importancia a lo relevante y a olvidarnos de lo trivial. Cuando el guionista Mark Boal volvió de Irak, donde estuvo destinado para escribir un reportaje sobre una brigada de élite, me estuvo hablando de los militares que desarticulan bombas en pleno combate, una compañía de élite con una tasa de mortalidad muy alta. Me quedé boquiabierta cuando me comentó que eran extremadamente vulnerables y utilizaban poco más que unos alicates para desactivar bombas con radios de potencia de 300 metros. Supe que había dado con un buen proyecto cuando me contó que estos hombres son voluntarios, se prestan a poner su vida en peligro y a menudo les gusta tanto su trabajo que no se imaginan haciendo ninguna otra cosa.”

Kathryn Bigelow



Alma hostil


Las palabras de Kathryn Bigelow, directora de la película (y responsable de títulos tan sugestivos e icónicos como “Días extraños”, “Le llaman Bhodi”, o “Los viajeros de la noche”), vienen a desvelar el auténtico interés que tiene en sus personajes, que no es otro que el de preguntarse (y no siempre responderse) acerca de sus motivaciones. Podemos hacernos una idea de lo que arrastra a una hombre cualquiera a jugarse la vida cada día, a miles de kilómetros de su casa, desactivando artefactos explosivos, cuando le vemos perdido, confuso, desorientado, ante una interminable columna de cajas de cereales, en un supermercado. Lo que viene a decirnos la buena de Kathryn -con su abigarrado estilo visual, poderosamente nervioso, falsamente documental-, es que en la maraña de aburridos sinsentidos que componen nuestra existencia, en una sociedad tan aletargada como la nuestra, que en su creencia de que vive, duerme, surge la imperiosa necesidad de riesgo para encontrar auténtica emoción y sentido. Se acusa a la ex de James Cameron (sí, amigos) de no posicionarse ideológicamente, de obviar su punto de vista sobre la invasión de Irak por parte de las tropas americanas. Pero creo que es una acusación interesada y absurda, si uno ve la película dejando de lado sus prejuicios políticos, ya que escenas como la del asalto de la casa donde supuestamente vive el niño “Beckham” (o la misma relación entre ellos), y la del terrorista suicida que no quiere serlo, dejan bien a las claras como ve nuestra directora favorita la situación de las tropas yanquis: intrusos, molestos, desubicados, inútiles (en el sentido de utilidad). Y eso, amigos, nos guste o no, es posicionarse. Puede que no sea la opinión beligerante que los gurús de la verdad única pretendían, pero es una posición tan legítima como cualquier otra. Y mucho más auténtica.

La película es, sobre todo, física. Espléndidamente fotografiada, compartimos sudor, saliva, sangre, arena, polvo, alcohol y lágrimas con una naturalidad apabullante, irrespirable. Tanto en la inmensidad del desierto (tremenda la secuencia del francotirador), como en la oscuridad sombría de las calles de Bagdad, en el aspecto puramente visual no cabe ponerle un pero: sentimos perfectamente el calor sofocante, la angustia y el peso de los uniformes, la sed y el agotamiento de los soldados en cada momento. Desde luego, Kathryn sabe manejar las claves de la puesta en escena y consigue que la tensión y el interés no decaigan en todo el metraje. Ahí es, a mi juicio, donde reside la fuerza del film, que funciona como película de acción al uso, como drama bélico (pero sin cargar las tintas), y como entretenimiento con las justas pretensiones como para no resultar intrascendente.

Aquí no hay psicología de enciclopedia kiosquera, o de libro de autoayuda, ni poses afectadas políticamente correctas (e inverosímiles), pero tampoco estamos ante otro ejercicio de estilo bélico maniqueo como el del amigo Ridley, en la horrenda “Black hawk derribado”. Allí, en una evidente deserción moral terroríficamente obviada por el público que después acude en masa a las manifestaciones anti-guerra, mientras los (pocos) marines morían entre flashbacks de sus familias, música de violines y cámara lenta, miles de negros Somalíes caían sin más como los vulgares e insignificantes zombis sin corazón de un videojuego… Aquí no. Aquí mueren personas corrientes abocadas a una situación desesperada y hostil. Pero con una diferencia fundamental, y es que la tierra hostil de la que habla el título no es únicamente la árida y seca del desierto, para los marines, sino también el paisaje moral que subyace de la mutilación de la esperanza, de la inocencia, de una sociedad Iraquí desmembrada por la guerra continua.
En éste Irak hiperrealista que se nos muestra, de basura en las calles vacías, de bombas entre escombros, de niños que juegan y ríen como los que torturaban alacranes en la fundacional “Grupo salvaje”, y de fantasmas de ciudadanos que graban las acciones militares en una liturgia cotidiana como la que aquí nos puede parecer el video casero de un cumpleaños… descubrimos que ya nadie conoce realmente el papel que juega. No llegamos a comprender del todo (en ningún bando) quién teme o quién apoya, quién encubre o quién huye, quién es víctima o quién verdugo. En éste sentido, es magnífica y reveladora la escena en la que un alto mando pregunta al artificiero interpretado por Renner, acerca de la cantidad de desactivaciones que ha llevado a cabo, y éste le resta importancia, como si le avergonzara. Y es que ninguno de ellos ve heroísmo en lo que hace. Y no lo ven, porque no lo hay. No hay la menor épica en su trabajo, la menor grandeza. Solo dolor y soledad. Pero es su dolor y es su soledad, y el miedo que provocan, el único asidero emocional que encuentran para vivir en un mundo que no se parece en nada a lo que les vendieron de pequeños. En un paisaje de contrastes morales donde nada es lo que parece, y no hay una sola línea que defina el bien del mal, el encuentro directo con el instinto perdido, más primitivo, de supervivencia, se convierte en la única verdad posible.


Siete años después de su última película -y tras un par de proyectos frustrados de dudosa calidad- Bigelow vuelve al ruedo cinéfilo con la fuerza perdida de sus primeros trabajos, aunque con un discurso indudablemente más maduro. Sin perder la pujanza expresiva de sus mejores obras (algo apagada en la fallida “El peso del agua”, o en la entretenida crónica submarina “K-19”), pero más cerca de esa promesa de grandeza que aventuraba su ya film de culto, la soberbia “Días extraños”, vemos esta estimable aportación al moderno cine bélico, más como la patada en la puerta de una de nuestras directoras más queridas a reclamar de una vez por todas su lugar en la industria, que como la gran película que podía haber sido. Pero eso no debería restar méritos a “En tierra hostil” para considerarla, por ahora, la mejor cinta sobre Irak realizada hasta la fecha (quizás con “Redacted” del gran De Palma), y una interesante (más profunda de lo pueda parecer a simple vista) aportación al género bélico en general. Con todos los respetos (o sin ninguno), y por ésta vez, la buena de Bigelow le ha dado sopas con honda al endiosado de su ex, y a su Disneyana e insípida “Avatar”…
Y bien qu
e nos alegramos.
Javi Cuevas

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